El lobo de las montañas

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  El lobo de las montañas Cuando el mundo se vino abajo, él no corrió hacia ningún refugio. No buscó ayuda, ni compañía, ni salvación. Simplemente echó a andar hacia el norte, siguiendo el olor a pino y humo viejo, hasta que los caminos desaparecieron bajo la nieve. Siempre había sido así. Incluso antes del brote, antes de que los muertos caminaran, ya prefería el silencio del bosque al murmullo de la gente. Decían que era huraño. Que no sabía hablar con las personas. Ellos lo llamaban “raro”. Él se llamaba a sí mismo  lobo solitario . Construyó su guarida entre las montañas, con madera húmeda y piedras robadas al río. Allí, rodeado de niebla y viento, aprendió a vivir como los animales que siempre admiró: cazando, acechando, durmiendo ligero. El bosque no juzgaba. El bosque no mentía. Por un tiempo, creyó haber dejado atrás el mundo. Hasta que llegaron las sombras. A veces al caer la noche, escuchaba los gemidos arrastrados que subían por el valle. Zombis. Eran...

¿VALE LA PENA EL RIESGO?

 


¿VALE LA PENA EL RIESGO?

La calle estaba tranquila… demasiado tranquila. El tipo apoyó la espalda contra una pared de ladrillo, con la mochila medio abierta, el machete oxidado envainado en su costado y la mirada clavada en la dirección de la vieja comisaría.

Llevaba semanas dándole vueltas.

Allí dentro debe de haber armas. No chatarra, no cuchillos de cocina, ni lanzas improvisadas. Armas de verdad. Pistolas, cartuchos, esposas, chalecos. Quizás incluso alguna granada olvidada en un cajón. Pero claro, nadie es idiota. Si siguen ahí, es por algo. Nadie que haya entrado ha vuelto, al menos nadie del que él haya oído hablar.

Dicen que el patio trasero está lleno de cadáveres. Otros, que por las noches se escuchan voces… no zombis. Voces humanas. ¿Podrían ser los presos que se fugaron cuando empezó todo? ¿Cuántos podrían quedar? ¿Y cómo están organizados?

Un paso en falso y podrías acabar esposado a una celda, gritando mientras se te echan encima.

El tipo inspiró hondo. No muy lejos, un parque infantil parecía ajeno a todo. Los columpios colgaban quietos, crujían con el viento. Una zapatilla infantil seguía en lo alto del tobogán. El mundo había terminado, pero esos pequeños detalles seguían ahí, como si se negaran a desaparecer.

No podía evitar recordar otro rumor. Uno que venía del este, cerca del centro abandonado. Algo sobre cuerpos, miembros colocados con precisión macabra formando un número: 14. ¿Qué clase de enfermo hace eso? ¿Y si están relacionados con los de la comisaría?

Casi sin darse cuenta, había abierto por completo la cremallera de la mochila. Allí dentro, solo quedaba una barrita energética, un de vendaje, y una foto arrugada.

El machete no iba a servirle si lo rodeaban. Pero quedarse sin hacer nada no era mejor opción.

Miró al cielo encapotado. Una bandada de cuervos alzaba el vuelo, como si huyeran de algo. Tal vez fuera una señal.

Tal vez mañana fuera el día.

O tal vez… no.

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